Narrativa

Sinfonía del quebracho

Cuento galardonado con el 1º PREMIO en el  VI CONCURSO NACIONAL DE CUENTO CORTO, organizado por Biblioteca Pbro. Antonio Bonini- CLUCELLAS – Santa FÉ- ARGENTINA. 

By Eva Braum

Cuando llegó, encontró la puerta abierta. Caminaba por el corredor, sin buscar nada particular quizás solo un poco de distracción de la rutina diaria. Como era habitual, todas las puertas estaban cerradas. Sin embargo, hoy notó una anormalidad. Al acercarse, vislumbró un espacio vacío a causa de que la placa marrón, guardiana de secretos, estaba apoyada sobre la pared y no completando el vano.

Se detuvo, a una distancia prudencial, desde la cual podía observar, pero también correr en caso de ser necesario. Con la duda de compañera, permaneció en ese lugar reflexionando sobre cómo actuar. Si bien, por muchos años tuvo el sueño de conocer los secretos allí guardados y entender la imposibilidad de ingreso, también el compromiso y respeto por el dueño de casa y sus reglas, era un variable en el dilema.

Casi con pasos imperceptibles, de forma inconsciente mientras sus pensamientos se enmarañaban, avanzaba unos centímetros más hasta el umbral. La invitación recibida, era todo un desafío o quizás una prueba.

Comenzó a imaginarse, se vio caminando por la alfombra de pelo largo, clara como la nieve. Sabía de ella, porque estaba presente cuando hace tiempo dos señores la colocaron y desde ese tiempo se remontaba el deseo de disfrutarla. Cada vez que merodeaba por allí, revisaba si en algún descuido alguien olvidaba la puerta abierta, pero siempre permanecía cerrada.

Pronto, se deshizo de la ensoñación y los recuerdos. Se descubrió de pie, en medio del pasillo en penumbras, el sol había terminado su jornada laboral y la luna aún no llegaba para relevarlo. El debate en su interior seguía ferviente: avanzar y cumplir el viejo sueño de disfrutar con sus sentidos lo anhelado o regresar sobre sus pasos y olvidar lo sucedido.

Siempre mostraba ser tan valiente y hoy la incertidumbre asaltaba sus pensamientos, convirtiéndolo en un ser dudosos y falto de confianza. El alrededor se tornaba cada vez más oscuro, no tenía mucha certeza del tiempo transcurrido en el medio del corredor debatiéndose entre lo deseado y lo correcto.

Sin pensarlo, imitando un acto arrebatado, avanzó unos pasos más. Creyó que actuando de este modo desafiaba a la razón, así una acción impulsiva no podía ser detectada y desactivada por sus pensamientos.

Ya se encontraba muy cerca del umbral, solo un paso era necesario para romper las reglas. Se mantuvo inmóvil y agudizó el oído. Giro su tronco hacia la derecha, a fin de tener mejor recepción. Gran parte de su cuerpo ya estaba dentro de la habitación, a la espera de algún chistido o reto. Esto no sucedió, el silencio y la oscuridad se disputaban el recinto, sin embargo, la chimenea aun ganaba la partida. El crujir de los leños consumidos por el fuego, llenaban de música y de luz el espacio.

Después de un rato, ni la advertencia, el reto o cualquier otro obstáculo se hicieron presente, entonces decidió ser osado, dejar los miedos al otro lado e ingresar. Primero un paso y luego otro, así comenzó a hundirse en la alfombra, tan suave y mullida como la de su imaginación.  Disfrutó del placer de transitar sobre ese suelo, y poco a poco se adentró con la esperanza de entender por qué ese espacio era tan celosamente guardado y protegido.

Rodeo los bordes del majestuoso escritorio, para descubrir lo acontecido al otro lado. Todos sus pasos eran cortos, prudentes y silenciosos. Se detuvo por un momento, observó la gran oscuridad a su alrededor teñida de los naranjas proporcionados por el fuego. Las persianas estaban cerradas y ninguna lámpara estaba despierta. Respiró profundo y terminó de girar al contorno del mueble.

Allí lo vio, en su poltrona con los brazos desplomados a los laterales, un libro había resbalado de sus manos y dormía al lado de las pantuflas. Esta vez, no dudó un segundo, de un brinco se acurrucó en su regazo, mientras escuchaba la sinfonía del quebracho consumido por el fuego.

Narrativa

Cual hormiga

By Eva Braum

Me distrajo del trabajo el descubrir un rayito de sol, apenas una línea recta y finita, que ingresa por la ventana y atraviesa parte de la habitación. Miro cuasi con deseo al destello, decido recostarme en el suelo para atraparlo y se fusione con mi cuerpo.

Todo se ve diferente desde acá abajo. Los rincones esconden partículas de tierra. Una hormiga  pasa cerca y me mira de reojo.

Alguien se asoma por la puerta de la habitación. Observa, pero no me ve, da por hecho que no estoy y sigue.

Veo a la hormiga alejase despacio, aunque con ritmo.

Yo sigo aquí, en el piso, desaparecida para la humanidad como la hormiga, como las partículas de tierra a quien nadie ve, entonces no existen.

Narrativa

una mala partida

una Mala partida

Baja las escaleras de prisa. El tac-tac de su taconeo llena el ambiente, mientras el ruido de la formación que arriba a la estación le canta envido. 

Se apresura. Apoya la tarjeta sobre el lector para abrirse paso, acepta y canta treinta y uno en mano. 

La bocina suena, treinta y tres son mejores. 

Atraviesa el molinete, se dirige hacia donde presiente se abrirán la puerta, respira y canta truco. 

El subte se detiene. Abres sus puertas, esta abarrotado de gente, no entra un alma más.  Canta retruco.

No pudo subir pese al esfuerzo, no acepta, se va al mazo.

By Eva Braum

Escritores Invitados

Preciado tesoro

Cuento perteneciente al escritor Rodrigo Gaite, quien fue distinguido con una Mención en el certamen “Caballito me Inspira” – Categoría: Cuento organizado por: El viejo Buzón – Cofradía de Caballito – Revista Horizonte – Revista Nuevas Letras y Los Palabradores.

 

Por una cosa o por la otra, desde que empecé a salir con Alejandra, la hermana de Gabriel, nunca se había dado la posibilidad de que fuera a su casa de la calle Felipe Vallese. Hacía tantos años que me había ido de Caballito que estaba seguro que al volver se me piantaría un lagrimón. Con Ale nos conocíamos de toda la vida porque vivíamos a pocas cuadras, pero de chicos más allá de la amistad nunca nos sentimos atraído el uno por el otro, aunque ella con ese aire a Penélope Cruz, suscitaba suspiros cada vez que pasaba frente a los pibes del barrio. Al virar mi destino perdimos contacto y fue luego de muchos años, cuando nos enviamos la solicitud de amistad por Facebook, que nos fuimos
envolviendo en una telaraña de la que no pudimos evadirnos.

No hace mucho yo traspasé el umbral de los cuarentas y ella, aunque unos años menor, estaba en mi misma sintonía. Separada y sin hijos. De lo virtual pasamos a lo real y comenzamos a vernos con frecuencia, hasta que llegó el día en que quedamos en ir al Village que está sobre Rivadavia. Ella porfiaba en ver “El cuento de las comadrejas” y después hacer el recorrido en el tranvía histórico que parte de Emilio Mitre y José Bonifacio. Para ser sinceros lo del paseo era una excusa para tratar de solidificar la relación, que desde hacía un tiempo venía mostrando algunas fisuras. El hechizo de amor de los primero meses había comenzado a mermar. Ya no nos sentíamos el uno para el otro, aunque ambos intentáramos poner lo mejor de cada uno para enderezar el rumbo y que el barco no naufragara en alta mar.

Ya de entrada la nostalgia empezó a jugarme una de las suyas. Como estaba en Congreso me tomé el subte para bajarme en Acoyte. La última vez que viajé en la línea A fue hace tanto que todavía estaban en funcionamiento los molinetes con cospeles y los vagones belgas “La Brugeoise”, con asientos de listones y las lámparas colgando del techo, que tenían ese toque de romanticismo, no como estos de Made in China que uno no ve la hora de bajarse. En fin.

A medida que avanzaba por la vereda entre el gentío, me asaltaron los recuerdo del barrio porteño donde me crie y que no había vuelto a pisar desde que me fui. Mudarme fue, quizás, el peor error que cometí. Porque cuando uno siente que el lugar donde nació es su lugar en el mundo, no encuentra la manera de llenar ese vacío que se agiganta con la añoranza. Y es tan fuerte el desarraigo que inconscientemente evitamos retornar, para que el recuerdo no duela tanto. No sé cuánto tiempo estuve parado como un opa en la ochava contemplando las casas y sintiendo la brisa primaveral. Ni bien toqué el timbre de la vivienda Gabriel salió a recibirme con un sentido abrazo. No había terminado de saludar a los padres que me tomó del hombro y me condujo a su habitación.

—Vení que te quiero mostrar algo.

La pieza del eterno solterón que seguía viviendo con sus viejos, estaba tal cual yo la recordaba. Prolijamente desordenada con la guitarra eléctrica en un ángulo y el poster de Charly García sobre la cabecera de la cama. Del fondo del placard sacó una prenda. No sé si por la luz indefinida que se filtraba por la ventana o por mi estado de ánimo, pero me pareció que la tela desprendían unos destellos de luz. Era una camiseta musculosa verde, marca Topper con el 11 en blanco sobre el pecho y al lado la palabra Ferro escrita en diagonal.

—¿Te acordás de ésta?

La tomé entre mis manos. Era un tesoro preciado, invaluable. Cuando sentí que se me deshacía el nudo en la garganta, respondí:

—Es la de Miguel Cortijo. ¿Cómo la conseguiste?
—Si vieras las reliquias que tiene Toto Evangelista en El Viejo buzón, te caes de culo. — Comentó con un dejo de orgullo.
Con Gabriel queríamos tanto a Ferro y nos gustaba tanto el básquet que a los 14, como habíamos pegado un estirón considerable, no tuvimos mejor idea que ir a probarnos al club. Todavía resuenan en mí las palabras mordaces del entrenador después de la práctica.
—¿Cómo les va en la escuela?
La pregunta nos tomó por sorpresa.
—Muy bien. ¿Por qué?
—Porque no hay que descuidar los estudios muchachos. Es lo más importante en la vida. — Nos dio la espalda y siguió con lo suyo.

A partir de ahí con Gabriel nos hicimos inseparables. Fuimos creciendo y compartiendo dichas y pesares. Miles de anécdotas quedaron en ese barrio emblemático. Todavía recuerdo cuando mi vieja me mandaba a comprar al mercado del Progreso y yo me gastaba la guita en el Parque Rivadavia. Con los pibes nos quedábamos horas bajo el cobijo del ombú intercambiando figuritas o tomando una gaseosa que comprábamos entre todos. Eran épocas sin redes sociales y por eso compartíamos las tardes en Plaza Irlanda o Parque Centenario.

Y cómo olvidar aquella hirviente noche en que no sé a quién se le ocurrió la brillante idea de subirse sobre los hombros del Cid Campeador. Yo tomé la posta, pero el boludo de Gabriel quiso hacer lo mismo. Como yo le sacaba ventaja, me tomó del tobillo y caí como una bolsa de papas. Me tuvieron que llevar al Durand mientras él festejaba con los brazos en alto de la estatua. Conclusión: Fractura de clavícula, yeso durante el resto del verano y soportar el “Qué boludo” de propios y extraños. Juré que algún día me iba a vengar, pero por supuesto esas son cosas que se dicen en caliente. Nunca intenté nada contra él. Hasta uno de sus primos, al enterarse de que me puse de novio con su hermana, bromeó con eso de que por fin yo me había tomado revancha. Pero no. Esa no era mi venganza.

Desde Caballito conocimos el mundo porque si algo tiene ese barrio que te atrapa a la primera de cambio, es la posibilidad movilizarse en todos los medios de transportes posibles. Allí dimos nuestros primeros besos. Allí aprendimos los códigos de barrio. Allí supimos el valor de la amistad y por sobre todas las cosas allí fuimos felices, demasiado tal vez, porque como diría Eduardo Sacheri “A veces sospecho que una infancia dichosa es una carga.” Se me cruzaron tantas imágenes por la mente que al volver al living, no escuchaba bien lo que hablaba la familia de mi novia, no porque lo hicieran en voz baja sino porque estaba ido, confuso. A penas pude meter algún bocadillo en la conversación

Con Alejandra nos despedimos y nos fuimos caminando tomados de la mano. Doblamos por Hidalgo y seguimos por Rivadavia mientras yo me acordaba de la vez que juré vengarme y no lo hice.
—¿Dé qué te reis? — Quiso saber ella.
—Eh. De nada. — Contesté algo atolondrado mientras observaba a los agentes del Gobierno de la Ciudad tratando de ordenar el tránsito. Como no nos daban los horarios fuimos solamente a ver la película. A partir de ese día fui varias veces a su casa, hasta que semanas después de mi última visita, con Alejandra pusimos punto final a la relación.

Parece que la flecha de Cupido que nos atravesó estaba algo oxidada y se terminó quebrando. Cada vez que por algún motivo tengo que sacar algo del fondo del placard, me acuerdo de la vez que me caí de la estatua. No tanto por el golpe que me di, sino por el deseo de venganza que me quemaba por dentro y no puedo evitar sonreír y palpar la tela de la camiseta musculosa verde, marca Topper con el 11 en blanco sobre el pecho y al lado la palabra Ferro escrita en diagonal. Igualita a la que se le extravió a Gabriel antes de irse a España.

Narrativa

Los del caballito

Blue, Yellow and Red Illustrated Children's Book Cover

Los del caballito

Nicolás como todas las mañanas, descendió por las escaleras crujientes. Una vez en la planta baja, observó la pulpería en plenitud y vio a un borracho que se había olvidado en la mesa la noche anterior. Fue hacia la cocina, para poner la pava sobre el fuego, mientras esta se calentaba aprovechó para poner orden y abrir las puertas a horario.

La posada de Nicolás marcaba el camino a los peregrinos y comerciantes, en lo alto de la construcción se hallaba un mástil que sostenía una silueta con forma de caballo en latón; el hocico apuntaba al norte, lo indicaba una gran N que tenía lugar bajo su pata derecha. Para los habitantes de la zona era un hito, todas las indicaciones de ubicación se referían a tres circunstancias: antes del Caballito, en el Caballito, pasando el Caballito.

Con la llegada del primer cliente, el dueño de la pulpería despertó al borracho y sirvió el desayuno a los visitantes. Tras el murmullo intenso del almuerzo el silencio se volvió a apoderar del lugar y la hora de la siesta comenzó a transcurrir, hasta que en la calle comenzaron gritos y sollozos, la puerta era un redoblante en consecuencia, la siesta del barrio quedó interrumpida. El pulpero al salir para ver que sucedía encontró que el responsable del ruido era Joaquín:

– Don Nicolás, el caballito se ha ido. Nos dejó, le decía entre llanto y furia.

El viejo no entendía bien de que le hablaba, intento contener al pequeño para que le explique el porqué de tanto alboroto. Joaquín, lo tomó de la mano y lo retiró unos metros de la puerta hacia la calle.

– Ve, mire (señalaba al techo de la posada) No está, ¡el caballito se fue!

Con mucho asombro, todos los presentes vieron que no estaba, los murmullos eran imperceptibles y la cara de tristeza de Nicolás no entraría en este relato.

– ¿Se porto mal? ¿Usted lo echo? – preguntó preocupado el niño.

– No pequeño ¿por qué lo echaría? – vamos a buscar al comisario para que él nos ayude a saber que paso.

Al girar vieron que el comisario tras tanto alboroto ya estaba allí para investigar lo ocurrido. Se abrió paso entre los presentes, al llegar al frente con voz firme y fuerte dijo:

– Este barrio no es de bandidos. Encontraré al caballo y a quien lo ha tomado, ahora cada uno a su siesta ¡yo me ocuparé!

De ese modo la multitud se dispersó solo quedaron: el comisario, Joaquín que aún lloraba en silencio y Nicolás quien había perdido la expresión.

– Vamos a conversar adentro (sugirió el comisario)

Todos emprendieron el camino hacia el interior en silencio, con las cabezas gachas y el alma llena de resignación.

– Cuéntame muchachito, ¿Cómo fue que descubriste la falta del caballito?

– Mire Comisario. Yo ayudo a los comerciantes que vienen por el camino grande, La Rivadavia y con eso me gano unas monedas.

– Comprendo – dijo el uniformado mientras aceptaba el mate.

– Hoy temprano acompañe a un comerciante.

El mate pasaba de mano en mano, mientras Joaquín daba su relato al tiempo que hamacaba los pies por debajo de la silla.

– Cuando llegamos al puerto, me despedí y me dio unas monedas. Merodee un rato por allí y luego un marinero me llamo para que le indique el camino a un señor que bajaba de su barco.

Continúa niño, continua… indicó el vozarrón

– Llegamos al Hotel de La Rivadavia me dio otras monedas y me dispuse a volver para estos lados para hacer la siesta. De camino no lograba ver el caballito que siempre me guía, el resto de la historia usted la conoce no hice ninguna siesta me vine directo a lo de Nicolás para que me diga que paso con el caballito.

– Está bien botija, anda para tu casa que tu madre va a estar preocupada – le dijo Nicolas acariciándole la cabecita.

El niño se retiró, y el damnificado pregunto:

– ¿Usted cree comisario que alguien lo robo?

– No lo sé aun, esto requiere mucha investigación, pero vamos a develar el misterio.

El comisario se retiró a su oficina, trabajo toda la noche en lo ocurrido, el poblado se caracterizaba por ser un lugar seguro y este y afectaba su reputación. Sin embargo, no tenía una sola pista para comenzar a investigar.

La mañana siguiente se desarrolló tranquila, entre los transeúntes el misterio se comentaba, pero si no era por el niño ninguno de ellos había reparado en la falta del caballito. Nicolás abrió como todos los días la posada, quizás con el ánimo un poco derribado por lo ocurrido. Finalmente, se completó el paisaje con Joaquín, quien valla a saber cómo había conseguido un sombrero con orejeras, una lupa y un cuaderno de anotaciones. Trepó a la banqueta, se acomodó en ella y mirando a través de la lupa y dijo:

– ¡Don Nicolás, estoy listo para resolver el misterio y devolver a caballito al lugar de siempre!

El viejo se sonrío, no quería herir su corazón y le pareció que podía dejarlo jugar un rato. Así que se sumó al juego.

– Comencemos por el principio, ¿Dónde estaba usted cuando ocurrió el hecho? – pregunto Joaquín muy serio.

– Veamos, esa mañana yo estuve aquí desde tempano … – el relato no omitió ningún detalle, el viejo le contó todo lo sucedido ese día hasta su siesta interrumpida.

En respuesta, el pequeño acercándose y abriendo grande sus ojos agrego:

– ¿No vio o escucho algo raro?

– No niño, lamentablemente no. Lo que sé, es que ese pedazo de latón significaba mucho para mí, para vos y para cada habitante de este lugar. Pero no tiene ningún valor para quien se lo haya llevado.

– No se preocupe, yo llegare al final de este asunto y verá que el caballito volverá a relinchar pronto.

El pequeño se retiró con el cuerpo erguido y la mirada atenta, imitando al detective de sus cuentos, y el posadero volvió a sus labores. Los días se continuaron, la investigación oficial no contaba con nuevas pistas, directamente no tenía una sola pista. Joaquín no había corrido mejor suerte.

Ya bastante entrado el invierno y cuando el tema parecía haber quedado en el olvido, de regreso a casa por La Rivadavia, Joaquín vislumbro a lo lejos una silueta en un

tejado lejano. Decidió apurarse e ir directo a la comisaria para pedir ayuda. El policía que estaba en la puerta poca atención le prestó, pero después de un gran berrinche y unos cuantos gritos el Comisario salió a ver qué ocurría:

– ¡Joaquín! De nuevo tú, haciendo escándalo: ¿Por qué gritas de esta forma?

– Ahí está (señalaba el tejado) el ladrón regresó, deben detenerlo y exigirle que devuelva la veleta, el caballito que nos pertenece.

El comisario miró hacia el tejado, observó la silueta de la que le hablaba el infante y con una sonrisa respondió:

– Él no es el ladrón, es el nuevo deshollinador del barrio.

Solo en ese momento, Joaquín retiro su mirada del techo, con gran desilusión bajo la cabeza y camino rumbo a su casa en silencio.

Todos regresaron a sus quehaceres, la noche ya se instalaba entre las calles y la oscuridad se hacía aún más densa. Los que estuvieron cercanos al griterío, volvieron a recordar que extrañaban al caballito de latón, era una noche de gran viento y el sonido del metal girando hacia un lado y el otro hoy no se oía.

Cuando el ultimo comensal se retiró de la posada, Nicolas subió a descansar, por un momento creyó oír el viejo relinchar del caballito; si bien esta estaba lejos de la comisaria el rumor del escándalo había llegado a sus oídos y se dio cuenta que solo era producto de su imaginación.

La mañana se presentó helada, bajo de inmediato y prendió la chimenea. Los clientes madrugadores no tardaron en llegar. Entre los unos y los otros, se presentó una cara familiar, pero a la vez un poco desconocida, quien con el mayor de los respetos y un hilo de voz dijo:

– Espero me recuerde, soy el nuevo deshollinador. Ayer terminé el trabajo un poco tarde, por eso decidí venir hoy por mi paga.

– ¡Claro hombre, disculpe! No lo reconocí entre tanta muchachada. Venga, que voy a darle un café caliente y lo que le debo. Gracias a usted está la chimenea prendida hoy.

– Si, la verdad que tuvo suerte en ser mi primer cliente y a su vez quiero agradecerle las recomendaciones.

– Es así amigo, en este barrio todos nos ayudamos. Somos una gran familia. ¡Todos coloramos para vivir en un lugar lindo, amigable y seguro!

Nicolás, lo decía en tono de discurso lleno de orgullo por el lugar que habitaba, pero tal exposición fue defenestrada por una vocecita finita, aunque potente.

– Lo de seguro, podemos discutirlo. Todavía nadie dio respuestas por caballito. Al pobre se lo llevaron y quedó en el olvido.

– Joaquín, necesitas olvidar esa historia. Hicimos todo lo posible pero no se pudo resolver.

– ¡Es que lo extraño! era mi compañero al regresar.

– Se te hace tarde para clase, anda y después seguimos con ese tema.

Mientras el pequeño colocaba de nuevo su mochila al hombro, el limpiador de chimeneas preguntó:

– ¿hablas de la veleta con forma de caballo en latón?

Ambos, viejo y niño, lo miraron esperando entender como un recién llegado, podía brindar una descripción tan clara del objeto extraviado.

– Yo tenía razón – grito Joaquín – este hombre estaba relacionado con la desaparición de caballito. ¿Dónde se lo llevo? ¿Qué quiere por él?

El deshollinador, se sonrió con fuerza y volteo para encontrar un cómplice en el cantinero, solo halló un ceño fruncido y con ansias de una explicación. Entendió que el tema no daba para bromas, borró la sonrisa de su cara y comenzó a hablar.

– Ayer, cuando subí a limpiar la chimenea, la vi en el piso del tejado, su mástil estaba quebrado, así que la repare y coloque en el lugar.

No pasaron segundo desde que terminó el relato, Joaquín y Nicolás ya estaban afuera verificando la veracidad de la historia. Y así fue, encontraron al caballito trotando a los cuatro vientos.

Ambos se miraron sabían que el misterio nunca fue misterio, pero nada les importaba, él había regresado, eran de nuevo “los del caballito” recuperaban su identidad y eso los hacía felices.

 

Cuento perteneciente a la escritora Eva Braum, quien fue distinguida con el: 2° Premio en el certamen “Caballito me Inspira” – Categoría: Cuento organizado por: El viejo Buzón – Cofradía de Caballito – Revista Horizonte – Revista Nuevas Letras y Los Palabradores.

Concursos

CONCURSO LITERARIO NACIONAL 2019 BASES Y CONDICIONES:

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Concurso Literario Nacional Asoc. Vecinal y Biblioteca Popular Villa del Parque

Bases y Condiciones:

Asociación Vecinal y Biblioteca Popular Villa del Parque y Evaluarte Escritos Blog, convoca a los escritores residentes de la República Argentina, mayores de 18 años, a participar en el Certamen Literario Nacional, en los géneros: Poesía Y Cuento

  • Cada autor participará con una sola obra inédita, pudiendo el mismo participar en ambos géneros y utilizar el mismo u otro seudónimo.
  • El tema será libre.
  • El texto se escribirá en Documento de Word, tamaño hoja A4, en letra Arial N°12, interlineado 1,5. Firmado con seudónimo:
    1. Género Poesía: Un poema con una extensión máxima de 30 líneas o versos, más género, título y seudónimo, que no deberán incluirse en el conteo de líneas. Numerar las páginas, en el principio de página.
    2. Género Cuento: Un texto con una extensión máxima de 2 páginas, más género, título y seudónimo. Numerar las mismas en el principio de página.
  • Los trabajos serán enviados al correo: talleresevaluarte@gmail.com
  • Plazo de recepción de los envíos: 05 de julio hasta el 15 de setiembre de 2019, inclusive (se tomará la fecha de envío del correo electrónico)
  • Colocar en ASUNTO del correo electrónico: Concurso Literario AVBP2019

-En el cuerpo del mail no se escribirá nada.
-Enviar dos archivos adjuntos:

  1. En el primero completar:
    GÉNERO:
    SEUDÓNIMO:
    TÍTULO DE LA OBRA:
    Texto de la obra que concursa
  2. En el segundo completar: DATOS

GÉNERO – SEUDONIMO – TÍTULO DE LA OBRA – APELLIDO Y NOMBRE – DNI Nº- DOMICILIO COMPLETO: DIRECCIÓN- LOCALIDAD- PROVINCIA – TELÉFONO FIJO Y/O CELULAR – CORREO ELECTRÓNICO

  • Se otorgarán 1ero., 2do. y 3er. premio. (en cada género) y honrosas menciones (Tantas como el jurado crea convenientes).
  • Aquel escritor seleccionado que no pueda asistir al acto de premiación podrá designar una persona que lo haga en su nombre, caso contrario se le enviará una copia del certificado a su correo electrónico, si así lo desea.
  • En la primera quincena de octubre se darán a conocer los resultados de ambos concursos, comunicándoles fehacientemente a los ganadores

Importante: El fallo del jurado será inapelable. El no cumplimiento de las presentes bases, inhabilitarán los textos recibidos.

 Los miembros de la Comisión ejecutiva quedan exceptuados de participar en este Concurso. Finalizado el mismo, las obras no ganadoras serán borradas/ eliminadas del circuito virtual.

Las obras ganadoras serán publicadas en el Blog: EvaLuArte Escritos y difundidas en las redes sociales de dicho blog para difusión del concurso, siempre otorgándole los créditos a su autor.

Premiación: El acto de premiación, se realizará en el Encuentro Literario de Fin de Año, el sábado 9 de noviembre (17hs).  2019, en la Asociación Vecinal y Biblioteca popular Villa del Parque sita en Baigorria 3373    – Tel. 4504 0405 – C.A.B.A.  ————–

Consultas: Al correo jorgehermiag@hotmail.com

Narrativa

Höhe 536

Portada_EntrtiemposEn la Ciudad de Bremen vivía José, un joven apuesto, delgado pero fornido quien trabajaba en una panadería en el barrio de Schnoor. Todas las mañanas montaba su bicicleta y se dirigía por la calle Höhe a su trabajo.

A mitad de camino, más precisamente en el 536 de Höhe, se detenía por un instante y visualizaba la ventana del primer piso. Eran las 4am, la luz continuaba apagada y él sabía que la muchacha de sus desvelos aún seguía en el bello mundo de los sueños. Sin embargo, le regalaba una sonrisa dulce como un beso en la frente y continuaba su pedaleo.

Solo unas pocas cuadras más de movimiento circular de sus piernas faltaban para arribar al lugar de trabajo. Una vieja panadería que lo recibía con el calor de los hornos y el olor particular del carbón quemado y el caramelo pasado.

Tras alistarse con el uniforme, brindaba su más profundo esfuerzo en cada pan amasado o en cada decoración de dulce, todo podría tener el destino de caer en las manos de su amada. Sabía que ella en algún momento del día iba a concurrir a comprar y allí la esperarían los productos que él había preparado.

Todos los días transcurrían igual, la rutina se repetía por las mañana y de regreso a casa, donde al estar más transitado el barrio, José no se detenía en el 536, solamente pedaleaba más despacio y a través del cristal descubría una larga cabellera dorada y unas manos blancas bordando. El pan en la mesa, al lado del café le confirmaba que su trabajo había valido la pena.

Transcurrieron los días todos ellos iguales, la esperanza pendiente, el trabajo perfecto y el amor latente. Sin embargo la cabellera rubia nunca se enteró de aquel enamorado, que amasaba su pan, besaba su frente y velaba sus sueños.

(*) El cuento Höhe 536 de Eva Braum, participó de la Antología ENTRETIEMPOS publicada por editorial DUNKEN y presentada en la Feria Internacional del Libro Buenos Aires 2019.
Narrativa

Y si un día pasa un tranvía… ¿te subís?

medalla

El siguiente cuento fue galardonado con el primer premio en el concurso «Caballito me Inspira», celebrado en el contexto del 198 aniversario del Barrio de Caballito de la Ciudad autónoma de Buenos Aires y organizado por: El Viejo Buzón, Revista Horizonte, Cofradía y Red Cultural Caballito, Revista Nuevas Letras y los Palabradores.
 Que lo disfruten!
Por: Eva Braum

Llegue hace poco Buenos Aires es muy grande y deseo conocerla hasta sus entrañas, sin embargo creo que ni sus propios habitantes llegan a tanto.

Vivo en José Bonifacio y Emilio mitre, en una casa de dos plantas que en el pasado era para una familia numerosa, ahora convertida en mono ambientes que alojan a inquilinos de ocasión.

Esta mañana, al descender por las escaleras tope con un señor un tanto mayor, a juzgar por su bastón, al cual saludé solo por corrección y salí con bastante prisa (no tengo idea quien me apuraba).

Cuando me encontré en la esquina se me fue la prisa, me invadió un sentimiento de soledad y desconcierto que derribo todo lo planeado que tenia para este día.

No sé cuánto tiempo quedé en esa esquina petrificado como si fuese una estatua viviente, no lo recuerdo muy bien, solo sé que en un instante comencé a escuchar una bocina afónica, alguien me tomó del brazo y me arrastro un poco mientras decía:

– Ahora debes estar apurado. Vamos! se nos va el tranvía.

En ese mismo instante, apareció un tren que se detuvo frente a nosotros y subimos. El que me invito a hacerlo es Roberto, el viejo sin agilidad que había cruzado en el hall de casa.

Al subir nos recibió el motorman: me saludo con una palmadita en el hombro y al grito de:

-Bienvenido!

Mientras que a mi nuevo amigo, le dio un gran apretón de manos sin mediar palabra, solo una sonrisa enorme.

Definitivamente, no sabía en qué locura estaba sumergido pero me agradaba la idea de saber de qué se trataba. El tranvía estaba vacío, éramos sus únicos pasajeros y  aproveche a sentarme en el primer asiento, me gustaba hacerlo de niño y hoy volví a sentir esa necesidad.

La bocina sonó y comenzamos a andar,  al grito de:

-Todos a bordo!!! (que emitió su capitán con gran fulgor)

El viejo transporte se puso en marcha mezclándose en el transito actual, ese mismo que antes me había paralizado ahora lo enfrentábamos. El tranvía se desplazaba por sus vías y se entrometía como si fuese un gran gigante a quien todos debían respetar.

Roberto seguía sentado a mi lado sin pronunciar palabra, miraba fijo hacia el frente supervisando las maniobras del conductor. Mi maldita lengua me traicionó y no pude aguantar más,  saque tema de conversación:

-Roberto, no?

-Yo soy su vecino, hace unos días llegue del interior para establecerme en esta gran ciudad. Me habían dicho que era grande, ahora lo creo… nadie exageró.

Sin respuesta, ni una mueca. Aguarde un ratito,  retome la conversación (o el monólogo)

-Usted parece una persona reservada.

Comenté al pasar pero él nada acotó.

-De donde vengo nunca hubo tren, mucho menos tranvía. Solo lo conocemos por foto. Mi mamá se va a emocionar cuando le diga que viaje en uno de estos.

El silencio continuo, no sabía adónde nos dirigíamos, solo tenía claro que estaba en un transporte público sin público, obsoleto y fuera de la rutina diaria.

Me acomode en la butaca para observar por la ventana, al doblar en la esquina como por arte de magia el transito desapareció. También hubo un cambio en el color de la atmósfera: se veía todo más claro, el ritmo más lento  y el sonido de la locomotora era la música de la escena.

Luego de unas cuadras, Roberto se acomodó en el asiento y  por fin habló:

-Me contó el encargado que llegaste hace unos días y como regalo de bienvenida quería que conozcas el barrio. De paso, me acompañas a hacer una diligencia.

– Muchas gracias! Me siento honrado. Por favor, cuénteme que es lo que vemos o hacia dónde vamos.

Roberto, alzo su bastón y lo uso cual puntero para describir el paisaje. En cada cuadra había una historia: algunas personales, otras robadas y las que trascendieron de la mano de los famosos que allí vivieron.

Esta vez mi lengua se mantuvo quietita estaba anonadada, no podía emitir sonido. Conocí la historia desde adentro: las varias mudanzas de la veleta de latón que dio nombre al barrio, las esculturas de Perlotti y algunos recuerdos de Roberto.

El resto del viaje continúo en silencio, yo deseaba haber tenido una cámara para registrar todo, por el contrario  tuve que conformarme con la memoria de mi retina.

Cuando llegamos al encuentro de cinco esquinas, el motorman disminuyo la velocidad y se detuvo. Miró hacia atrás y le sonrió a Roberto. Él bajo con dificultad, cruzó la calle y se posiciono frente a un buzón rojo, saco de la solapa del saco una carta y la deposito asegurándose que ingrese en forma correcta.

Giro sobre su eje, miro a una muchacha que sonreía tras el vidrio, mientras regresaba al transporte.

Voltee mi cabeza, buscando la mirada del chofer y en ella una explicación:

-La que lee es Rosaura, el amor entre ellos se vio interrumpido hace unos 10 años. Roberto todas las semanas le trae una carta y se la envía por el buzón.

-Esa muchacha esta allí! ¿no la ve como la vemos nosotros?

-Niño, no hay nadie ahí, no estás entendiendo.

-La verdad que no! (dije en tono enojado y baje a enfrentarme con esta tal Rosaura)

Cruce la calle y me dirigí al bar. Ingrese con la furia de no entender que impedía que ellos dos se hablen.

El cascabel de la puerta anuncio mi ingreso, el mozo detrás de la barra me miro asombrado, pero mi cara de desconcierto superó todo.

Ella no estaba, el rostro que se reflejaba tras el vidrio no existía. No lo comprendía, estaba desencajado, peor que cuando había quedado paralizado frente al tránsito más temprano. De pronto una voz susurro:

-El viejo buzón es mágico, ¿quiere un café?